11 de marzo de 2011

Bilbao y la arquitectura

El mes pasado estuve en Bilbao por motivos profesionales, pues impartía un curso de formación avanzada de ortodoncia invisible Invisalign. Me sentí muy afortunado de volver a esta preciosa ciudad, además me alojé en un hotel cuyas vistas daban a la fachada norte del Museo Gunggenheim. Esa noche pasé varias horas insomne ante tal maravilla, escribiendo y dibujando. Soy un apasionado de la arquitectura, por lo que quiero compartir con vosotros una serie de reflexiones que surgieron en ese momento.

Creo que
el objetivo de la arquitectura es hacer visible lo que somos. Considerar bella una obra arquitectónica es reconocerla como la imagen de lo que queremos ser y aparentar.
Permítanme una curiosidad: en el siglo XI, el filósofo musulmán Ibu Sina señaló que admirar un mosaico por su perfección, orden y simetría suponía al mismo tiempo reconocer la gloria divina, puesto que "Dios, decía, está en el origen de todo lo bello".
Hasta tal punto lo pienso esto que digo que, una verdad importante de por qué estoy construyendo mi propia casa es para que quede constancia de lo que soy, de lo que pienso, de cómo siento y de lo que me importa. Un deseo de declarar al mundo lo que soy mediante un instrumento distinto de las palabras y, al mismo tiempo, recordármelo a mí también.


La arquitectura que yo amo es limpia, plana, amplia, lejana al deconstructivismo que representa el Guggenheim, pero ese "orden del caos" que subscribo me recuerda que incluso los procesos que entendemos como aleatorios o impredecibles parecen esconder un orden en mayor o menor medida. De eso trata la teoría del caos, de cómo la destrucción, en realidad, puede ser el primer paso para la construcción.
Respecto al museo, la estructura principal parece esculpida por la naturaleza. Parece que siente, que está viva. Mi visión no encuentra ni una sola superficie plana. En esta obra de la ingeniería, recubierta de titanio, cada contorno es orgánico.
La arquitectura, o lo que yo llamo el encuentro entre la luz y la forma creada, me ha dado en los últimos años un refugio para el alma, en una sociedad cada vez mas loca, me ha dado una guía en la que baso las proporciones, me ha enseñado a valorar la subjetividad de la belleza de una boca y la estética que procuro aportar a cada paciente en mi profesión e, incluso, me ha acercado a Dios.

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